lunes, 20 de abril de 2015
MI TÍO EUFRASIO Y EL CONSOLADOR
Eufrasio no es que sea muy mayor. Tiene una edad indeterminada difícil de adivinar ya que tiene la piel castigada por el sol, la cual no ha visto cremas noruegas en su vida.
Tanto trabajar el campo le ha dejado secuelas, una artritis en las rodillas importante y una lesión crónica en la espalda que no le permite bailar el paso-doble como lo hacía cuando era mozo en las fiestas del pueblo.
No ve mucho, es más bien un topo. Por eso cada cierto tiempo acude a la ciudad para graduarse la vista y comprar un nuevo par de gafas que le permitan seguir trabajando y lucir elegancia cuando va a misa los domingos. No suele faltar a misa, siempre se confiesa y comulga. Luego, cuando está en privado, critica los dispendios que hace la Iglesia y alaba la buena imagen que irradia en Papa Francisco. Además es fanático del fútbol, como él. Apoya a su Real Madrid desde que Gento, Di Stéfano, Puskas y demás genios dieron gloria a ese escudo. Siempre recuerda cuando los balones eran de correa y dolía al golpearlos de cabeza.
Era 15 de Septiembre, el día señalado en rojo en su calendario para comprarse las nuevas gafas. Fecha que hacía exactamente 6 años que había sido fijada.
Esta vez iba a llevar el Audi. Era viejo pero funcionaba bien. La verdad es que tenía poco uso, sólo lo usaba muy de vez en cuando para ir al médico que estaba en el pueblo más grande que tenía cerca. No hacía ni 700 kilómetros al año.
Llegó a la capital. Siempre estaba bonita. Quizás esa cuenta pendiente de haber vivido una temporada en ella era la que más le amargaba. Desde que murió su mujer se le quitaron las pocas ganas que tenía de probar la "aventura" y se refugió en el campo, los galgos y el sonido del río.
Paró el coche en uno de esos kioskos grandes, que tienen mucha prensa. Ese día jugaba el Madrid y decidió comprar el Marca, ya que al no estar en el pueblo no podía ver la alineación que sacaría esa noche en la Champions. Lo leería sin Farias ni chupito de hierbas, en el coche.
Cuando iba a pagar vio una revista que traía un obsequio. Era una palabra rara, el no tenía ni idea de lo que significaba, pero venía uno de esos ambientadores para el coche. Le hacía falta uno.
Al solicitarlo al chino empleado del establecimiento este le sonrió. Eufrasio se quedó encantado de la amabilidad del tipo. No entendió lo del guiño, pero lo agradeció con otro de la misma intensidad.
El chino tenía que tener sed porque se pasó la lengua por el labio inferior varias veces.
Llegó al coche y colocó el "ambientador" colgando del espejo retrovisor, le costó un poco pero lo consiguió. No olía mucho, más bien nada, pero creyó que era de intensidad progresiva.
Se acercaba al lugar de la óptica, la de toda la vida, una calle céntrica, cuando observó que en todos los semáforos la gente que conducía a su lado se paraba y sonreía. Alguno decía algo que no lograba entender. Algo así como "rey".
En una de esas escuchó claramente como un motorista calvo, sin casco y con chupa con banderitas, le llamó "¡maricón!". Eufrasio frenó contrariado súbitamente provocando que el coche que venía detrás le golpeara con violencia.
Del impacto el "ambientador" se le metió en la boca, encajó perfectamente.
Perdió el conocimiento. Cuando llegó el Samur y la policía le sacaron de la boca lo que realmente tenía, que era un consolador marca XL.
Tuvo la mala suerte de que un adolescente cabrón hizo una foto del momento y consiguió inmortalizar a Eufrasio con el consolador en la boca. Lo hizo viral y fue trending topic en Twitter durante dos días seguidos.
A los pocos días, horas diría, de volver al pueblo con sus gafas nuevas pudo comprobar que su foto estaba en los escritorios de los pocos portátiles que había en el pueblo. Le pusieron el mote de Eufrasio "el Tragón".
Una vez que comprendió la escena, harto de desmentir gustos y de explicar lo sucedido agarró su Audi y los ahorros de toda su vida a lo que sumó lo sacado de la venta de su casa y de las tierras aledañas.
Se dejó acompañar de sus dos galgos: "Nerón" y "Neruda". No se despidió de nadie.
Se mudó a otra gran ciudad huyendo del chafardeo paleto y consiguiendo cumplir un sueño que había dejado aparcado demasiado tiempo. Desde aquel momento aprendió a vivir de las rentas y a ser feliz de otra manera. Las gafas se las cambiaba cada tres años.
Se comenta que suele ir mucho al cine, al fútbol y que escucha con especial devoción a los Village People.
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