lunes, 3 de marzo de 2014

EL VENDEDOR DE ENCICLOPEDIAS



Todos tenemos un pasado.
Dentro de ese tiempo vivido hay cosas que te forjan el carácter, otras que te refuerzan los valores, otras que te llenan la nevera y luego están las que te marcan a fuego en la piel sus enseñanzas.

Hay épocas en las que uno trabaja en lo que puede, no se mueve por pasiones. En la mayoría de los casos estas épocas se alargan toda la vida.
Yo tuve una etapa de experimentación donde me dediqué a "comercializar" con todo tipo de productos, ahora solo "regalo" emociones.

Esta hoja de ruta tarambana me llevo a probar a ser "vendedor de enciclopedias".
Yo tenía una imagen prefijada de ellos: siempre eran dos tipos con traje que llamaban a la puerta (haciendo competencia directa a los testigos de Jehová) y que soltando un rollo verbal intentaban conseguir ventas por aburrimiento. Era un poco "acosadores" y tenían cara de gilipollas.

Bueno, la oferta era de 1000 euros fijos más ventas. Ahora sería impensable pero en pleno "boom" económico de este país había puestos comerciales con un alto salario fijo. Nada que comentar ya que al dueño de la editorial para la que trabajé le sobra el dinero para tener varios conocidos canales de televisión y demás inversiones. Seguro que esos 1000 euros por cabeza le sirven para limpiarse su gran culo todos los días después de desayunar con champan.

La entrevista fue la típica para este tipo de trabajo. Les tienes que contar que quieres "comerte el mundo", que te encanta poder disfrutar de esa oportunidad que siempre has soñado y que te dejarás la piel en ello.
Acudes con traje, colonia a saco, afeitado y los zapatos negros limpios. Es lo que quieren, no deja de ser una pseudo-secta...

Una vez contratado me hicieron unas pruebas en las céntricas oficinas. Reconozco que a pesar de ser lo que eran no me resultaron los comerciales más "tirados" con los que he trabajado. De hecho, se podía reconocer a los que como yo estaban allí por el parné y no por los ideales de los salva-patrias inculcados en tales ideas desde la cuna.
En años posteriores pude comprobar en otros trabajos similares como la selección derivaba hacia jóvenes sin experiencia y barrio-bajeros.

Me asignaron Palencia. Agradecí salir fuera de mi ciudad ya que este tipo de venta es residencial y uno de los pocos principios que todavía no he roto ha sido el de "no vender residencial en mi ciudad".

Íbamos con una lista de clientes, es decir, gente que ya había picado otras veces y a las que se les podía colocar más libros sin necesitarlo. Triste, muy triste, aprovecharse de una adicción aunque sea a la lectura, me sentía "camello" de libros. Me decía en mi interior una y otra vez : "1000 euros".

Estuve un tiempo acudiendo a casas, la mayoría de gente con relativa solvencia económica, lo que me hacía pensar que si tenían dinero para placeres podían gastarlo en libros. Me auto-engañaba, creo.

Me rotaban a los compañeros. Mismo "modus operandi": llamar por teléfono, concertar entrevista insistiendo, presentarse en la casa, entrar en su casa, enseñar catálogos, convencer de lo "interesante" de las novedades, cerrar ventas. Hasta aquí puede ser asumible e incluso bueno, según estómagos.

Todo cambió un día. Acudí con uno que era cubano. Contaba historias de que era hijo de un cargo de interior cubano al que no sé que ostias le había pasado pero que Fidel le había echado de allí y había acabado en Castilla. Sonaba un poco "Antoñita la Fantástica" pero tampoco me molestaba.

El cubano era un tipo gordo y grande, de tez morena, pelo engominado, traje impecable y mirada ambiciosa. Eso me inquietaba, miraba como diciéndote que si te tenía que pisar la cabeza por una venta lo haría.
Tenía mucho verbo, buenos modales, acento gracioso y cabeza bien cultivada con los Clásicos de la Literatura.

En nuestra lista estaba una familia de un barrio no especialmente bueno de la ciudad. Insistimos para quedar, ellos accedieron resignados.
Al llegar me encontré una pareja de unos 40 años con una niña de 12 años y un niño de unos 4. El niño estaba en una silla de ruedas y padecía una enfermedad "rara".
Los hombres se la veían y deseaban para poder pagar los médicos y tratamientos del chaval. Se les saltaban las lágrimas al relatárnoslo.
La hija jugaba al balonmano, tenía la cara misma de la inocencia.

Mi compañero cubano insistió en meterles por los ojos el catálogo de novedades. Ellos insistían en que no tenían casi dinero porque el niño se llevaba mucha cantidad en sus cosas adaptadas y específicas para sus particularidades. Además la niña y su afición por el balonmano también se llevaba lo suyo.

El cubano insistía. Yo me ponía colorado en silencio, empatizando con la familia. Me estaba calentando...

Mi silencio dejó de ser tal cuando el puto cubano de mierda dijo a los padres: "¿No os importa la educación de vuestro hijo?¿No creéis que se merece estos libros para su aprendizaje?¿Os consideráis buenos padres si no le dais esto que os propongo?".
Los padres casi lloraban de impotencia y decidieron comprar lo que se les propuso (impuso).

En ese momento hablé.

Me levanté del sillón, agarré los papeles y les rompí con furia. Di la enhorabuena a esos padres por ser como eran, les comenté que ellos no necesitaban esas mierdas que les estábamos metiendo por los ojos y agarré al gordo cubano del traje y le saqué fuera de la casa.
Los padres me miraban aliviados, sonrientes, dando las gracias.

El gordo mierda cubano se puso como una furia, me agarró de la pechera gritándome y diciendo que "nunca más, nunca, me arruines una venta". Yo sonreía. No llegó a mayores. Tuvo suerte. Desde aquel momento sabía exactamente lo que tenía que hacer.

Llegué a la oficina y me despedí.

A la semana siguiente envié a la hija de ese matrimonio unas entradas para el balonmano y una carta disculpándome a los padres. El contenido, los consejos y demás material no quiero compartirlo ahora.

Al gordo cubano lo volví a ver al cabo de los años...en la televisión.
Participaba en un programa de La Sexta llamado "el Aprendiz" donde salía Lluis Bassat y se buscaba a los mejores comerciales de España. Ese "mejores" va unido a la falta de estómago y de escrúpulos. Pura caca. No ganó, había impresentables más grandes que él. Significativo.








8 comentarios:

Pandora dijo...

De pie aplaudiendo ¡olé tus principios! ya nadie tiene y a los pocos que los conservan les falta un par de... para defenderlos como hiciste tú. Felicidades

P.D. Escribes de p.m.

Un besazo ;)

Viviendo de risa dijo...

Muy bien hecho, sí señor.
Es un alivio confirmar que los Testigos de Jehová no tenemos nada en común con los vendedores de enciclopedias. Sobre todo porque no vendemos nada... jijiji
Un abrazo.

CARLOS DEL B. IGLESIAS dijo...

Gracias Silvia, igualmente.

Rosama, te prometo que te estaba esperando un comentario del estilo,jaja..

Besitos a las dos

Maestro Juanjo dijo...

De eso está lleno el mundo. A mí los de las enciclopedias me daban miedo. Ahora que ya tengo mi casa he tomado por costumbre que si alguien toca al timbre y no me ha dicho antes que viene a visitarme...no abro...porque seguro que es un comercial.

Kiss

CARLOS DEL B. IGLESIAS dijo...

Pues haces bien Estupenda,las sorpresas de ese tipo no suelen ser buenas...

Besos

Unknown dijo...

Creo que cualquier comercial con escrúpulos habríamos hecho lo que tú. En mas de una -ocasión no he cerrado una venta por sentir que engañaba al comprador, pero el mundo comercial es así por desgracia y en la venta a domicilio de lo que sea siempre hay gente que hará lo que sea sin importarle consecuencias para el resto. Me considero buena comercial pero no a costa de mis principios.

Unknown dijo...

Creo que cualquier comercial con escrúpulos habríamos hecho lo que tú. En mas de una -ocasión no he cerrado una venta por sentir que engañaba al comprador, pero el mundo comercial es así por desgracia y en la venta a domicilio de lo que sea siempre hay gente que hará lo que sea sin importarle consecuencias para el resto. Me considero buena comercial pero no a costa de mis principios.

unconversador dijo...

Me ha gustado mucho la entrada. Me ha recordado a mi propia experiencia como vendedor de guías de estudios (eran enciclopedias encubiertas, pero las llamábamos así).
Un saludo,
Miguel D